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Comenzó a dictarse el curso de extensión universitaria Acompañante Terapéutico, Promotor de Salud y Asistente de Personal Discapacitado”, con el respaldo de la Universidad Siglo veintiuno, sede Gualeguaychú. El Acompañante Terapéutico (AT) resulta un agente de salud alternativo efectivo en los tratamientos de abordaje complejo, en frente de la problemática que se plantea en el área de la atención de personas con sufrimiento mental, situaciones de crisis vitales y otras que desborden el ámbito de los dispositivos de tratamientos usuales, y el contexto de las estrategias interdisciplinares actuales.


De hecho en los proyectos de ley de Acompañamiento Terapéutico que hubo, se propuso considerar en primera instancia los profesionales nucleados en AATRA para confeccionar un Registro de AT en la provincia de Buenos Aires, y para quienes acrediten capacitación en la materia según los criterios y lineamientos de capacitación consensuados por AATRA.


Importante: para quienes no cumplan con esos requisitos ofrecemos por este cuatrimestre una cursada breve en forma paralela, con grupos reducidos, para nivelación en temas básicos de Psicopatología, Psicofarmacología, Psicoanálisis, Salud Pública y Políticas en Salud Mental.


La Fundación EFFATA (de ayuda a la persona sueca e hipoacúsica) notifica que se halla abierta la inscripción al Curso de Acompañante Terapéutico en Salud Mental y Discapacidad, Experto en Lengua De Señas”. El trabajo del Acompañamiento Terapéutico, según las áreas, es reconocido por los sistemas de salud, los que requieren la certificación de este saber para ser reconocida dicha prestación.


Su inclusión fomenta la continuación del tratamiento desde distintas instancias: el retorno al medio familiar, el paso al hospital de día hasta la reinserción del mismo en actividades laborales, educativas recreativas, instantes todos Cursos de Acompañante terapeutico estos de alto riesgo para la recaída de la persona, cuando no es adecuadamente acompañado.


El acompañamiento terapéutico supone la facilitación de la inclusión social de la gente que sufren un malestar psíquico, físico o relacional. Se transforma, entonces, en un servicio de apoyo sanitario y social.Los nuevos niveles socioeconómicos y políticos en la Argentina, sumados a los cambios epidemiológicos de el último período, provocaron transformaciones en las condiciones de vida y en la cotidianeidad de la red social y uno de esos cambios en particular son los modos de enfermar de las personas, sin que por el momento se hayan revertido como corresponde las tácticas de respuesta en el sistema de salud para mitigarlos.No es que ya no hagan falta hospitales, ni medicamentos ni médicos, pero la actual prevalencia de males que están más vinculados con el accionar, tanto individual como popular, nos expone una urgente revisión de conceptos y operatorias que rigen las prácticas en los servicios de salud.Las enfermedades crónico-degenerativas, como también los incidentes traumáticos y de violencia de diferente clase, sumados a la mayor supervivencia de pacientes con enormes déficits psicofísicos, han incrementado los índices de discapacidad, dejando a cientos de personas limitadas para enfrentar sus ocupaciones corrientes, tanto las relacionadas con la vida productiva como la popular.La discapacidad, según con la categorización en todo el mundo del desempeño, de la Discapacidad y de la Salud (OMS) es un término genérico que comprende deficiencias, restricciones de la actividad y limitaciones a la participación.La persona con restricciones físicas, sensoriales o mentales sufre la discapacidad no por los males en sí mismos, sino como resultado de sus derivaciones, es decir, por la exclusión de oportunidades educativas, laborales y de los servicios públicos que estas últimas generan y son esas condiciones de aislamiento las que el sistema todavía no logra cambiar.En la Argentina, según el último Censo 2010, el 12.9% de la población tiene alguna discapacidad, lo que supone más de 5 miles de individuos, de las cuales el 11.7% son inferiores de 15 años y el 48.5% forma parte de 15 y 64 años, es decir, compromete a la población más joven.Visto desde una perspectiva económica, el incremento de la discapacidad y de la expectativa de vida y la disminución de la tasa bruta de mortalidad causan un aumento en el índice de dependencia (proporción de población no económicamente activa con respecto a la gente económicamente activa), lo que significa un incremento de la proporción de personas pasivas cuyos beneficios sociales tienen que ser provistos por la gente activa. por lo tanto, esto justifica ampliamente las pretenciones de reformulación de los servicios y las formas de atención con prácticas, diferenciadas, menos complejas, menos costosas y más oportunas.Por otro lado, la situación se complica todavía más si sumamos las cuestiones de salud-enfermedad asociadas con una cultura de hiperconsumo que originan, ajeno de las sustancias involucradas, situaciones de compromiso sobreagregadas.En ese marco, el sistema sanitario en la Argentina, que todavía es fragmentado y destinado a la utilización desmedida de la alta complejidad y tecnología (entendida como aparatología) enfocada, obliga a un replanteo sobre la formación, el desarrollo y la potencialidad de los equipos de salud.Tanto el financiamiento como el aspecto formativo han conspirado con la esencia misma del arte de curar, que es proteger (origen etimológico de la palabra medicina, cuyo concepto es: curar, aliviar, cuidar), figura que debe ser recuperada en todas las instancias y los principios de las novedosas modalidades de actuación.Lo “mental” y lo “no mental” del acompañamientoEl acompañamiento terapéutico constituye, para algunos, un dispositivo y para otros, una utilidad y tiene su origen hace varios años en el campo de la salud mental, a partir de la publicación, en 1947, de un libro de la Dra. M. A. Sechehaye –una terapeuta suiza– que otorga cuenta de una de las primeras experiencias en esta clase de abordaje.Podríamos asegurar que, aun hoy, el acompañante terapéutico (AT) sigue estrechamente relacionado con dos cuestiones principales: por un lado, con el criterio psi del acompañamiento, y además, como la práctica situada en relación con la medicina privada.Posicionados en una visión integral e integradora de la salud y más allá, como dice Mías(2008), de los acuerdos que ya están respecto de la indivisibilidad de la salud del individuo, en la práctica todavía resulta difícil la aplicabilidad de dichos conceptos, más allá de que el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales IV (DSM-IV) mencione como anacrónica la distinción entre trastornos mentales y físicos, (American Psychiatric Association, 1995). Para revertir dichas situaciones, el AT necesita de un más grande afianzamiento como integrante del conjunto de salud, posicionarse como mediador que suma la cotidianeidad del tolerante y acerca las distancias que habitualmente hay entre la persona que padece y la institución responsable de la atención.Pero eso necesita una nueva visión de lo que implica institución, aceptando que el hacer también construye institucionalidad, reconociendo que los equipos de trabajo articulados, y no sólo el hospital o los centros de salud, son instituciones. pensar la institucionalidad nos obligaría a la cita de varios pensadores y académicos, pero tomamos el planteo de Castoriadis (1998) que afirma: “entiendo por institución normas, valores, lenguaje, herramientas, procedimientos y procedimientos de llevar a cabo frente a las cosas y de hacer las cosas…” y sigue: “aquello que mantiene unida a la sociedad es una institución.”De esa manera, el AT se irá instituyendo en el sistema sanitario desde el propio ejercicio, pero sabiendo que se es acompañante sólo acompañando.En momentos en los que las instituciones no sólo sanitarias sino educativas, jurídicas y sociales, por ejemplo, han naturalizado funcionamientos expulsivos, el AT puede hacer más simple una comunicación más directa con la persona padeciente, la familia y el conjunto tratante, además de facilitar la territorialización de la atención. Territorializar no remite sólo a territorio sector geográfica donde hay que intervenir, sino además, y primordialmente, a territorio área relacional. oséa, como expone Chiara (2011): “supone diferentes modos de apropiación del territorio, que se ponen también en juego en la construcción de la estructura sanitaria”.Dicha acción comporta la oportunidad de una apertura de las instituciones nombradas a realidades y fluídas sociales complicadas, frecuentemente desconocidas por el desempeño endogámico en que se cayó.Pero para reforzar dicho desarrollo, la formación y la actividad de los agentes tienen que escaparse de las viejas prácticas y los modelos ideológicos dogmáticos, evadiendo quedar atrapados en el mismo funcionamiento; ello piensa un profundo enfrentamiento en todos los espacios formativos y de administración, que interpele además la intención de todo el conjunto de salud para diluir probables resistencias.Visto desde una visión integradora de la salud, el AT es entonces un trabajador sanitario, preparado para proteger, calmar en diferentes ocasiones y males, ya sean psíquicos, físicos, sociales o académicos, en forma de gadget preventivo. El acompañante, en estos términos, va a ser un nuevo integrante del conjunto de salud pública complementario, facilitador y promotor en la tarea de reforma del modelo de atención. Un modelo de atención que, además, pone en compromiso al propio sistema por lo desgastado y poco efectivo.El AT supone, en ese marco, facilitar la inclusión social de las personas que sufren un malestar psicológico, físico o relacional y reflexionar la salud sin un territorio particular. Se transforma, entonces, en un servicio de acompañamiento sanitario y popular, pero de modo vivencial y no interpretativo, con potencialidad de fomentar habilidades remanentes y crear redes solidarias de contención para lo cual poner el cuerpo es su herramienta primordial.


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